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Hace cinco días llegamos a Quintero con la intención de encontrarnos con el territorio y las vidas que lo habitan. La idea era que cada estudiante de la residencia pudiese desarrollar un trabajo documental en el que explorara una narrativa auténtica, capaz de entregarnos una reflexión sobre el espacio al que veníamos a interactuar, a través de fotos. 

El trasfondo de este ejercicio, exige despertar los sentidos y la observación para entender, desde cada subjetividad, las relaciones que se tejen al interior de este lugar. Eso implica llevar la observación personal al límite, absorbiendo y procesando todo aquello con lo que nos relacionamos. 

Sin lugar a dudas, los resultados en términos fotográficos fueron diferentes, pero lograron crear un relato común acerca de lo que es y significa esta zona destinada al sacrificio ambiental. Detrás de cada una de las imágenes existe la experiencia de cada autor, que no hace más que plasmar, a través de una narrativa con patrones y criterios de edición, aquello que pensamos de todo lo que vivimos durante lo que duró este encuentro. 

Todo este proceso esconde la manera en que cada una y uno de nosotros valora y observa la vida, cuestión que intentamos reflejar a través de luces, texturas, personajes e historias. Por tanto, el vínculo entre lo que es narrado y nuestra propia historia, es inseparable, pues de nuestra experiencia emana la escala de valores con la cual medimos la realidad. 

En ese sentido, lo interesante es que la residencia se transformó en una forma de entender y comunicar al otro, cuestión que no es posible si esa otra no se habita, toca o escucha. Evidentemente recogemos una porción muy específica dentro de este gran escenario, pero ese punto nos conecta, haciendo que todo por un momento se vuelva comunidad. Lo bello es que todo eso que se unió, resistencia, historias y sentimientos, fue gracias a la fotografía.

Texto: Pedro Pablo Ramírez. 
Fotografías: Alfonso González.

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