Ilha

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Ilha | Paz Olivares Droguett

Viviendo en la isla, me vi cubierta por un manto verde, colmado de grillos y toda clase de animales sonoros que masajeaban día y noche partes de mi cerebro que hasta ese momento no conocía. Los excesos, a la intemperie que se abre cuando uno está fuera del lenguaje materno, me conectaron mucho con el proceso que había vivido mi madre al parirme: nací diez días después de la fecha oficial de parto, nadando en un veneno verde producido por mí misma: Meconio. Almacenado habitualmente en los intestinos del bebé hasta después del nacimiento, en mi caso fue expulsado al líquido amniótico antes del parto. Si lo inhalaba o comía, moría por asfixia o la misma asfixia me dejaba con daño cerebral severo. A mi padre al entrar al quirófano le dijeron: es probable que venga muerta o tonta, posiblemente debe elegir, la bebé o la madre. Finalmente se practicó una cesárea de urgencia y contra todo pronóstico, nací viva, verde y respondiendo a todos los estímulos. La isla me hizo estar otra vez envuelta por la totalidad de la naturaleza como dentro de mi madre, la naturaleza dual e indómita que al nacer casi me mata, la misma naturaleza total. Embarazada necesité convertir esas vivencias personales en una colectiva, socializar mis miedos. Fotos, dibujos, música, video: amigos; fueron el soporte con el cual dejar de estar envuelta, soltar. Transformar la experiencia y entregarme plena al proceso de parto sin miedo, sin viejos miedos, sin verdes miedos. Para ya no ser una isla, para ser todo el mar al rededor.

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