Crecí entre calles grises, viajes eternos para ir a clases, algunos disparos, casi asaltos, compañeras que abandonaron la escuela, garabatos infantiles en las veredas mientras pintaban murales por el plebiscito del 88, caídas en bicicleta, jugando basquetbol o corriendo a la pinta, lecturas encerrada en la biblioteca, mucha música estridente.  Siempre sentí que pasaría toda mi vida ahí, pero al salir, todas esas imágenes quedaron en mi mente, en mi raíz.

El sol me quema, me seca. Mi piel se oxida. Ya no llueve, y cuando así era, no tenía donde resguardarme mientras esperaba la micro, e inundaba mis pies. Espacios abiertos que languidecen bajo caminatas en silencio. No hay gente. Ahora hay miedo, es un paisaje áspero y agresivo, duelen las historias, ahora fantasmas, y que han ido desapareciendo bajo el celeste doloroso de un cielo abrasador.

Cada vez que regreso, esta periferia tiene congelada mi infancia, mi adolescencia y mi juventud. Sigo contemplando y respirando a ritmo cansado este paisaje donde el escaso verde que recuerdo de mis largas caminatas ahora se desvanece en un desierto que no tiene bellos ocres y rojos, sino que está invadido de amarillos resecos y beiges estériles. Impotencia. Tristeza, no hay equidad, no hay justicia, pero ahora, con nuevos aires, con nuevos sueños colectivos, quizás se vislumbra algo de esperanza.























Lo Espejo es una de las comunas del país con los peores indicadores de calidad de vida. Por ejemplo, su densidad de población es la más alta de la Región Metropolitana, con solo siete kilómetros cuadrados que acogen a un poco más de 100 mil personas, resultando 14.837 hab./km². Su cobertura de áreas verdes y vegetación de parques y plazas no supera el 21% del territorio total. No hay ninguna farmacia de cadena ni locales de comida rápida, existe un solo banco y dos pequeños supermercados de marca. Un poco más del 50% de sus habitantes se encuentran bajo el 40% de menores ingresos. Los dineros municipales para mejorar las condiciones de vida de sus habitantes son escasos, no recibe visitas de los políticos o autoridades, y por lo mismo, no muchos saben de su existencia. 

Fotografías y texto: Alejandra Rojas | El tacto de la luz 
IG
: @ar.fotoarte
Co-edición: Diego Figueroa | Migrar Photo

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