“¡Oh Chile despertó!¡Despertó!¡Despertó!¡Chile despertó!”, corean miles de personas en Baquedano, en el corazón de la capital. Son jóvenes, principalmente estudiantes y trabajadores, que por primera vez en su vida ven a los militares controlando la ciudad, salen a flor de piel, entre la angustia y la ansiedad, en medio de un río de peatones y bicicletas, a manifestarse en contra de los abusos y el estado de emergencia.

“Yo hermano, lucho por mi futuro y por el presente de mi familia, me demoro una hora y media de mi casa al trabajo y viajo como ganado, no me alcanza para llegar a fin de mes, creo que nunca me van a contratar y realmente no se como me voy a jubilar, esto es una miseria”, comenta un joven que se protege del gas lacrimógeno con una pañoleta de la Central Unitaria de Trabajadores.



Este es la incómoda realidad del país, de acuerdo a los datos entregados por Fundación Sol, en agosto la mitad de las mujeres que se pensionaron por vejez logró autofinanciarse una pensión menor a $25.775 (US$36), el 70% de los trabajadores recibió un ingreso líquido mensual bajo los $550.000 (US$757) y la mitad menos de $400.000 (US$550), a esto hay que sumarle a las 11 millones de personas que están con deuda, de las cuales 4 millones y medio se encuentra con deuda morosa, porque para llegar a fin de mes, a las familias solo le queda la opción del crédito.

En contraste, el 0,01% más rico del país tiene un ingreso mensual per cápita que supera los $576.482.429 (US$793069,76), con una elite completamente deslegitimada, debido a la impunidad en la que quedan sus negocios turbios y los altos niveles de evasión tributaria. En Chile la sensación es que solo los pobres pagan con cárcel y cargan con todo el peso, al menos proporcional, de la recaudación fiscal.

El mayor ejemplo de este problema es el presidente de la República, Sebastián Piñera, quien fue declarado reo en los 90 por estafar al Banco de Talca, fue sorprendido utilizando información privilegiada para comprar acciones de la aerolínea Lan y evadió millones de impuestos a través de empresas zombies, que alguna vez quebraron y que compró en el papel para beneficiarse tributariamente a través de malabares en su contabilidad.

Esto es precisamente lo que se enseña en las universidades chilenas, los ingenieros comerciales aprenden a librar a las grandes corporaciones de sus impuestos y los abogados tributaristas a defender sus intereses. A estos antecedentes hay que sumarle la colusión de las farmacias, de la industria del pollo y del papel, junto al millonario desfalco de las Fuerzas Armadas, con viáticos exuberantes para las esposas de los generales, que aún no reciben ninguna condena.

 


Sumando y restando, la población se cansó y los saqueos, condenados al unísono, en realidad esconden años de contradicciones bajo el neoliberalismo donde el consumo guía todos los rincones de nuestra sociedad. Hoy, en Chile, la gran mayoría de las organizaciones sociales, vecinales, barriales y deportivas han desaparecido, la gente no tiene ni el tiempo, ni el espacio, y hasta para jugar una pichanga hay que pagar.

Sin tejido social, la movilización ha tomado su propio rumbo al calor de la rabia y la desesperación, pero hoy los estudiantes recibieron el llamado de sus federaciones y organizaciones políticas para salir a protestar en una jornada que en medio de la violencia más brutal vivida en casi 30 años de democracia se transformó en un carnaval, jóvenes de todos los rincones de la ciudad se congregaron a levantar barricadas, andar en bicicleta, bailar tech en medio del gas y desplegar las más variopintas formas de manifestarse.


Acorralado el gobierno ha convocado a una mesa política de unidad, con los presidentes de los partidos más deslegitimados por la ciudadanía, para responder a las demandas que comienzan a avanzar transversalmente por la sociedad. El tiempo pasa y el oficialismo juega con él esperando la división de la población ante días de inseguridad y violencia generalizada.

La noche cae y las tanquetas comienzan a tomar el control de Santiago y el resto del país, la alegría pasa a ser preocupación y esta deriva en angustia, los barrios pobres no ven a la policía, ni tampoco a los militares, a la espera de una nueva jornada en este velorio del pacto social que dominó las últimas tres décadas de vida política.






Fotos: Diego Figueroa, Alfonso González, Juan Hoppe, Catalina Juger y Eric Allende | Migrar Photo

Texto: Pedro Pablo Ramírez | Migrar Photo

*Algunas fotografías fueron tomadas en Valdivia, y el resto en Santiago de Chile.

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